martes, 30 de octubre de 2007

¿Cómo fue tu experiencia de teatralizar nuestros propios textos literarios? (Liliana Diaz Mindurry)

Creo que lo que más me impactó fue escuchar las distintas voces en las que se va plasmando un cuento, voces que vienen de afuera y ya no de adentro como cuando leemos o escribimos.
El cruce entre la voz del narrador y la de los actores es interesante:
el narrador permite escuchar el cuento tal cual fue escrito, y los actores, con sus intervenciones, provocan la sensación de que el texto salta del papel para moverse, abrirse y vivir, por un rato, entre nosotros.
En cuanto a mi experiencia de "actuar" -entre comillas para no ofender a los verdaderos actores- fue todo un descubrimiento sentir que por unos cuantos minutos yo ya no era yo sino otra cosa.

Jimena Elizondo



Bajo el oficio del texto velamos nuestro ahogo: ir en los sentidos ajenos. Somos conscientes del engaño, pero esa utopía, anterior a la fe, es aún más noble, si la creemos sincera y vital. Liliana Díaz Mindurry, Malos Ayres, sus escritores, procuran ser y merecer aquella utopía. El ensayo de agregar el cuerpo a la lectura. Seis cuerdas a la voz. ¿Qué siento frente al acto? El privilegio de los amigos que me ocurren. Su talento. Placer. Asombro. Y rozar los sentidos ajenos. Aquella utopía.


Rubén Gonzalez



En primer lugar, y aunque parezca una obviedad, esta es una experiencia que solo puede darse en grupo, pero no en un grupo definido como determinado número de personas agrupadas o identificadas bajo un mismo nombre, o en relación a una misma tarea, sino en distintas personas o en distintos deseos de hacer con las palabras algo que no es común a todos, pero que toma un mismo rumbo. Un grupo que no se agrupa más que en el deseo de la escritura y comparte el goce por lo estético que (como dijo Borges) no llega a revelarse, eso que no llega nunca a quitarse el último velo.
Teatralizar nuestra escritura es la experiencia de enajenarse en la propia letra, de redoblar lo propio ajeno del yo, de desaparecer en las propias marcas de lo escrito, y de estar representado, al mismo tiempo, en esa desaparición.
No es escribir, no es escuchar el propio cuento con otra voz, no es leer, es veroirleer lo que de uno es extraño y ajeno, eso íntimo ajeno que retorna desde alguien que presta su cuerpo a una escritura que nos reconoce.


Carlos Carioli

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